Una vida de entrega...



En su opinión, ¿se ha entregado a Cristo por completo?

Si Él es su Señor y Salvador, entonces un sí debería ser su respuesta sincera. Aunque todos amamos el consuelo de saber que somos salvos y que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero, también debemos progresar en cada aspecto de nuestra vida a través de nuestra rendición a la voluntad de Dios.

Una vida de entrega comienza con la salvación.

Debemos reconocer que no hay nada que podamos hacer para salvar nuestra alma, solo podemos confiar en Jesucristo, quien pagó la pena que merecíamos por nuestros pecados. Es irónico que entreguemos nuestras almas a su autoridad para ser salvos pero que, al mismo tiempo, intentemos controlar otros aspectos de nuestra vida. Si Cristo es nuestro Salvador y lo reconocemos como Dios, entonces también debemos reconocerlo como nuestro Señor.

Sin embargo, muchos cristianos se resisten a entregarse al Señor Jesús porque parece algo demasiado costoso, demasiado exigente. No es como rendirse a otra persona, ya que entregarnos a Dios implica darle todos los aspectos de nuestra vida, incluso aquello oculto en lo más profundo de nuestro corazón. Sin embargo, esta rendición absoluta es justo lo que Dios espera, gracias a que Cristo murió por nosotros y le pertenecemos.

Nuestra entrega plena es la voluntad de Dios.

Sin embargo, la aplicación de este principio puede ser diferente para cada creyente. Lo que a una persona le resulta fácil entregar al Señor, a otra no. Pero, aun así, todos podemos identificar aquello a lo que Dios nos pide que renunciemos. Es una convicción que siempre aparece cuando oramos. Puede ser una mala actitud o hábito, o podría ser algo que no es pecaminoso pero que no forma parte de la voluntad de Dios para nuestra vida.

Jesucristo es el ejemplo perfecto de entrega total.

Cristo siempre cumplió con la voluntad de su Padre, pero hacia el final de su vida, batalló para entregarse en el Jardín de Getsemaní. Cuando se apartó de sus discípulos, oró diciendo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22.42).

El Señor Jesús sabía que había venido a morir por los pecados de la humanidad, y siendo Dios, previó todo lo que le esperaría mientras sufría en la cruz y soportaba el castigo del Padre por nuestros pecados. Su angustia demuestra que la rendición no es fácil y que puede ser insoportable. Sin embargo, Cristo nunca flaqueó gracias a su plena obediencia a la voluntad del Padre. No había otra forma de lograr la salvación de la humanidad. Por tanto, Cristo se entregó y cargó con el castigo por nuestros pecados.

“Que no se haga mi voluntad, sino la tuya” es la actitud que debemos tener.

En un sentido militar, entrega o rendición significa derrota, pero para un seguidor de Cristo significa victoria sobre lo que sea que obstaculice su andar de fe. Puede que requiera que le pidamos a Dios que nos indique cualquier área de nuestra vida que nos hayamos reservado; para que así, cuando Dios nos recuerde algo, se lo entreguemos.

Una vez que hemos confiado en Cristo como nuestro Salvador, debemos reconocer que le pertenecemos. La rendición total es como abrir los armarios de nuestra vida e invitarlo a limpiar lo que quiera. Tratar de reservarnos ciertos aspectos solo obstaculiza nuestro caminar con Él. Sin embargo, a menudo lo justificamos, diciendo: “Esto o aquello no es tan importante. Después de todo, nadie es perfecto. Todos tenemos nuestras debilidades y Dios lo entiende”. Pero así no es como piensa el Señor.

¿Qué significa entregarnos a Dios?

Requiere que abramos nuestros corazones y nuestras vidas al Señor, pidiéndole que saque aquello que no le agrada. Debemos estar dispuestos a confesárselo, arrepentirnos, alejarnos de eso, renunciar y entregárselo. Hasta que lo hagamos, nunca seremos la persona que quiere que seamos ni disfrutaremos de sus bendiciones.

Es fácil pintar una bonita imagen del cristianismo que deja de lado el costo de la rendición. Nos regocijamos en la oración contestada, las promesas de las Sagradas Escrituras, la seguridad de la salvación y la alabanza sincera. Pero nada de esto es sustituto de la obediencia sincera y la rendición a Dios. Ser un discípulo de Cristo significa entregarle cada aspecto de nuestra vida, de manera evidente en nuestra conducta, conversación y carácter.

¿Qué sucedería si nos entregáramos a Dios sin condiciones?

Dios se deleita en trabajar en nosotros cuando lo reconocemos como Señor. Este tipo de entrega afecta nuestras oraciones, generosidad, conversaciones, actitudes, familias, lugares de trabajo e interacción con aquellos que no conocen a Cristo.

¿Cómo respondería Dios si nos entregáramos a Él?

Algunas personas se resisten a rendirse a Dios porque temen que les quite algo o a alguien. El problema con esta mentalidad es que se basa en una idea errónea de quién es Dios. Él no está esperando que levantemos una bandera blanca para poder descender en picada y hacernos algo horrible. Él es nuestro amoroso Padre celestial, quien es generoso y dulce en sus bendiciones. Quiere que disfrutemos de una relación cercana con Él, que solo es posible para aquellos que confían en Él y lo obedecen.

La vida cristiana consiste en vivir bajo el liderazgo del Señor Jesús, quien siempre hace lo mejor. Aunque es posible que queramos liberarnos de la enfermedad, la tristeza y la angustia, el Señor a veces usa estas dificultades para eliminar lo que esté obstaculizando nuestra relación con Él. Si queremos convertirnos en la persona que desea que seamos, debemos confiar en Él y someternos a su señorío.

¿Qué impide nuestra entrega total?

¿Se trata de una persona, una posesión, una forma de vida, un hábito? La única forma de descubrir lo que Dios podría hacer en nosotros es dejar ir todo lo que dice que no es bueno para nosotros. Aunque pensemos que sabemos bien lo que nos conviene, nunca podremos mejorar el plan de Dios. Nunca perdemos al rendirnos al Señor. De hecho, ahí es cuando comienza lo mejor de la vida.

¿Qué cambios debemos hacer?
Debemos dejar de racionalizar y excusar nuestra falta de sumisión a Dios.
Confiar en Dios. Él solo hace lo que sea mejor y cumple su palabra. No nos negará nada de lo que ha prometido.
Debemos recordar que lo mejor que podemos hacer es vivir en sujeción a Dios.
Rendirnos hoy, mañana y todos los días porque es una práctica que continuará hasta que nos encontremos con el Señor en el cielo.

REFLEXIÓN:
¿Dios le está pidiendo que suelte algo? ¿Qué le impide hacerlo?
¿Tiene miedo de rendirse a Dios? Si es así, ¿por qué? ¿Qué podría perder al rendirse? ¿Qué podría ganar? ¿Cuál de ellas tiene ramificaciones eternas?

(Ps. Charles Stanley).


Si aún no recibiste a Jesús como tu Señor y Salvador personal lee y medita esta Oración de fe: "Señor Jesús, te necesito. Gracias por morir en la cruz para pagar por mis pecados. Te pido perdón por mis pecados y te recibo como mi Señor y Salvador. Gracias por darme el regalo de vida eterna. Deseo cambiar y vivir una nueva vida contigo como mi Señor y Salvador. Escribe mi nombre en el libro de la vida y prometo serte fiel y justo . Gracias Jesús. Amén."
Si hiciste esta oración con fe. Felicidades! has recibido a Jesucristo como tu único salvador, recuerda que si lo pediste de corazón Dios hará cambios en tu vida. Dios obra en nuestras vidas Gloria a Él.

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