Las Preciosas Promesas de Dios...
Comprenda a fondo las riquezas que tiene en Cristo y que conducen a la verdadera riqueza espiritual.
¿Qué pensaría de una persona que fuera muy rica pero que siempre se estuviera quejando de no tener suficiente? Muchos cristianos tienen la misma actitud. Son espiritualmente ricos, pero no actúan como tal y a menudo eligen vivir como indigentes.
Por desgracia, muchos creyentes no entienden su verdadera riqueza. En este mensaje, el Dr. Stanley comparte más de 20 ricas promesas que debemos recordar acerca de nuestra fe, además de:Nuestra reconciliación con Dios a través de la muerte de Cristo
- La presencia continua de Dios en nuestras vidas
- La promesa de Dios de responder a nuestras oraciones
- La promesa de Dios de no privarnos de lo que sea bueno para nosotros
- Nuestra productividad en la vejez
- La ayuda de Dios en los momentos difíciles
- Nuestra seguridad eterna
- La promesa del cielo como nuestro hogar
Las promesas de Dios son preciosas y magníficas porque Él es quien las hizo. Él es el Dios que tiene el poder y la capacidad de cumplirlas, y nunca cambia. Guarde estas promesas en su corazón y confíe en que su Padre Celestial cumplirá hasta la última de ellas.
Como creyentes somos ricos:
Es muy triste darse cuenta de que muchos creyentes viven como mendigos espirituales a pesar de las grandes riquezas que Dios les ha preparado. Gracias a sus “preciosas y grandísimas promesas”, Él nos ha dotado de todo lo que necesitamos para vivir de la manera que le agrada (2 Pedro 1.3,4). Es preciso, entonces, que notemos que el término “preciosas” describe cosas de mucho valor que merecen ser apreciadas, en tanto que “grandísimas” se refiera a cosas espléndidas o notorias. Así que podemos definir las promesas del Señor empleando ambos términos, debido a que Él es digno de nuestra profunda gratitud por habernos hecho objeto de sus mejores dones.
El día en que fuimos salvos, heredamos todas las promesas de Dios y recibimos todo lo que antes estaba fuera de nuestro alcance. Sin embargo, para beneficiarnos de tales bendiciones, debemos buscarlas arduamente. Vivir sin poder aprovechar lo que Dios tiene para nosotros es como ser millonario, y no desear hacer uso de las riquezas.
Las promesas de Dios son un tesoro:
Este nos ha sido legado gratuitamente, es valiosísimo y Dios lo puso a nuestra disposición. Y si nos damos cuenta de cuánto quiere bendecirnos al utilizarlo conforme a sus deseos, nos quedaremos sorprendidos. Por ejemplo: El Señor nos permitió entrar en una relación privilegiada con Él (Ro 5.6-11). Al creer en Cristo como nuestro Salvador, fuimos hechos hijos de Dios y pasamos a ser
parte de su familia. Esta es la base de nuestra herencia, pues todas las demás promesas son resultado de esa relación.
Podemos ser limpios de todo pecado (1 Jn 1.9). Como hijos suyos, tenemos el privilegio de buscarlo, confesarle nuestros pecados y ser perdonados a fin de desarrollar una relación más profunda con Él, sin ningún impedimento.
La presencia de Dios en nosotros jamás se interrumpe (He 13.5). Cristo nos ha prometido que nunca nos dejará ni nos desamparará, no importa por lo que estemos pasando.
Contamos con la dirección del Espíritu Santo (Jn 14.16). Antes de ascender al cielo, el Señor Jesús nos prometió que enviaría al Espíritu Santo en su lugar. Ahora, Él habita en nuestro corazón y nos dirige en todo lo que hacemos.
Podemos confiar en el poder de Dios (Is 41.10). En medio de nuestras debilidades y problemas, podemos depender del Rey del universo, pues su poder es ilimitado y ha prometido fortalecernos.
- Dios mismo suplirá todas nuestras necesidades (Mt 6.31, 32). Él sabe justo lo que necesitamos y se ha comprometido a suplirlo.
- Dios contesta nuestras oraciones (1 Jn 5.14, 15). Si oramos conforme a su voluntad, Él nos contesta. En efecto, la oración es el medio que tenemos a nuestro alcance para hacer efectivas sus promesas. Basta con que le comuniquemos nuestras necesidades para que las satisfaga y nos bendiga.
- Dios desea darnos siempre lo mejor (Sal 84.11). Si vivimos de la manera que le agrada, el Señor no retendrá sus bendiciones. Cada vez que tengamos una necesidad, Dios nos proveerá de acuerdo a su voluntad.
- Dios sobrelleva nuestras cargas (Sal 68.19). No hay razón para despertar cada mañana intranquilos debido a pruebas ni congojas. Si depositamos nuestras preocupaciones en sus manos y creemos en sus promesas, Dios nos dará razones para sentir gozo.
- Dios nos consuela en tiempos de dificultad (2 Co 1.3, 4). Sin importar el problema que enfrentemos, Dios conoce nuestro sufrimiento y estará a nuestro lado para consolarnos y animarnos.
- Dios limita las pruebas y las tentaciones (1 Co 10.13). No permitirá que seamos tentados más allá de lo que podemos soportar. Cuando sintamos que no podemos resistir más, el Señor proveerá una vía de escape para que perseveremos.
- Dios nos da sabiduría (Stg 1.5). Ante cualquier decisión nos da sabiduría para ver la vida desde su perspectiva, si pedimos con fe y sin dudar. Pero el pecado puede impedir que nos acojamos a su promesa si menospreciamos su importancia, actuamos con incertidumbre y tomamos decisiones equivocadas.
- Dios le da descanso a nuestra alma (Mt 11.28, 29). Cuando nuestro corazón se siente cargado, Cristo nos da el descanso físico y emocional que tanto necesitamos.
- Dios nos ofrece su paz (Fil 4.6, 7). Si llevamos nuestras ansiedades a Dios en oración, Él nos da su paz y levanta una muralla impenetrable que nos separa de todas nuestras preocupaciones.
- Dios promete que, incluso en la vejez, seremos fuertes y fructíferos (Sal 92.12-15). La jubilación puede ser una de las etapas espirituales más fructíferas de la vida si permanecemos firmes y fieles al Señor.
- Dios nos concede las peticiones de nuestro corazón si nos deleitamos en Él (Sal 37.4). Esta promesa también incluye deleitarnos en adorarlo, servirle y vivir para Él.
- Dios es nuestra ayuda en medio de los problemas (Sal 46.1-3). El Señor es nuestro refugio en tiempos de incertidumbres y peligros. Siempre está disponible para ayudarnos, pues mora en nuestro corazón.
- Dios dirige nuestra vida (Sal 32.8). Nuestro Padre celestial conoce los peligros que enfrentaremos y, por tanto, ha prometido enseñarnos el camino en que debemos andar.
- Dios nos sana en tiempos de enfermedad (Sal 103.1-3). Puesto que Él nunca cambia, podemos buscarlo para ser sanados, como sucedía en tiempos bíblicos. Nuestro Padre celestial lo hacía en aquellos tiempos, y hoy sigue dispuesto a hacerlo.
- Nada puede separarnos del amor de Dios (Ro 8.38, 39). Su amor incondicional es una posesión que nada ni nadie podrá arrebatarnos.
- Dios nos asegura la salvación eterna (Jn 20.27-30). Cristo prometió vida eterna a todos sus seguidores, por lo que al morir, inmediatamente iremos a estar con Él.
- Tenemos un hogar en el cielo (Jn 14.1-3). Antes de que el Señor Jesucristo muriera y resucitara, prometió a sus discípulos que iría a preparar un lugar para ellos y un día regresaría para llevarlos a morar con Él.
REFLEXIÓN:
¿Por qué será que con frecuencia nos olvidamos de las promesas que Dios nos ha hecho, a pesar de que la Biblia nos enseña que nuestro Señor es fiel?
¿Cuál promesa, de las que Dios le ha hecho, ha atesorado usted en su corazón de manera especial?
En medio de las dificultades que usted ha enfrentado, ¿cuáles son las promesas de la Biblia que más consuelo y apoyo le han ofrecido?
(Ps. Charles Stanley).
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