Solo Dios te puede Iluminar...


“22 En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” Efesios 4:22-24

La primera etapa para ser libres del pecado y vencer la batalla contra nosotros mismos, es la iluminación de nuestros pensamientos, un proceso cognitivo. Tu vida nunca va a cambiar hasta que tu mente se dé cuenta de lo mal que está. Es a través de ese proceso cognitivo donde un día entiendes que así no vas a echar hacia delante, prosperar; que así no puedes seguir viviendo. Puede que llegues a ese momento por una crisis, por ejemplo; por un ataque al corazón, el médico te dice que tienes que rebajar; siempre lo supiste, pero ahora lo entendiste. Y al salir del médico es que comienza la verdadera batalla porque ahora sabes lo que tienes que hacer, pero no tienes la fuerza para hacerlo. Pero si no pasaba eso, nunca habrías despertado a la realidad de que necesitas hacer un cambio.

Ahora bien, el momento de mayor iluminación no viene por situaciones y circunstancias, sino porque el Espíritu Santo te ilumine. Muchas veces pensamos que está todo bien, pero solo Dios es el que te dice lo que está bien y lo que no, lo que tienes que cambiar. Muchos estamos tranquilos porque nos pensamos buenas personas, pero bueno no es suficiente. Vas a la iglesia y calmas tu consciencia, tienes tu trabajo, haces las cosas bien, pero puede que tengas ciertos hábitos, que estés viciado con ciertas cosas que, eventualmente, vas a ver los resultados negativos; y es mejor que Dios te las muestre ahora.

Una cosa es un hábito, otra, una adicción. Efesios no dice que tenemos malos hábitos, sino que estamos viciados. Un hábito es algo que tú puedes vivir sin él, lo puedes dejar. Un vicio es algo que tú piensas que sin eso no puedes vivir. No hay tal cosa como un vicio de vagancia o procrastinación. Eso es un hábito de no hacer las cosas a tiempo, de siempre dejarlas para después. Un vicio es el alcohol, el sexo; cosas que se te meten en la carne y para romperlas hace falta más que un nuevo hábito. Tú puedes romper la procrastinación con un hábito, pero romper un vicio requiere más; ese proceso comienza con ser iluminado y entender que tienes que cambiar. Y el único que hace eso es el Espíritu Santo.

En Juan 8 se nos presenta la historia de la mujer encontrada en el acto de adulterio. La traen a los pies de Jesús, y él dice que el que esté libre de pecado, tire la primera piedra. Ellos sueltan las piedras, y él le dice: Vete y no peques más. Más adelante, el mismo capítulo nos muestra que Jesús se va a predicar al templo.

“58 Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. 59 Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue.” Juan 8:58-59

Las piedras que querían usar para matar a la mujer, ahora las quieren usar para matar a Cristo. Son dos contextos diferentes, pero Jesús tomó la misma acción. Él no argumentó porque hay veces que no se trata de ganar un argumento. Si tú pierdes tu vida tratando de ganar un argumento, estarás tratando de convencer a alguien de algo que solo Dios le puede convencer. Por eso es que tú hablas con tu cónyuge y tratas de convencerlo, pero no será sino hasta que el Espíritu Santo le hable, que entonces será convencido. En vez de estar peleando tanto, ve de rodillas y ora y deja que el Espíritu Santo le hable. Jesús nunca peleó argumentos porque sabía que ganar un argumento no te daba la verdadera victoria. Jesús quería iluminar a aquellos que querían ser iluminados, porque él sabía que si eran convencidos en su interior, sus vidas serían transformadas. Cuando te importa más la gente que el argumento, operas correctamente.

“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? 3 Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. 4 Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. 5 Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo. 6 Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, 7 y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo. 8 Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿No es éste el que se sentaba y mendigaba? 9 Unos decían: Él es; y otros: A él se parece. El decía: Yo soy. 10 Y le dijeron: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? 11 Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista. 12 Entonces le dijeron: ¿Dónde está él? El dijo: No sé.” Juan 9:1-12

Saliendo de allí, se nos dice en el siguiente capítulo, Juan 9, que Jesús sanó a un ciego de nacimiento. Los que luego vieron al ciego ya sano, preguntaron dónde estaba quien le había abierto los ojos, a lo que el hombre respondió: No sé. La gente siempre quiere estar argumentando. Pasan por un ciego, y la pregunta es quién pecó; y Jesús dice: Qué importa; está ciego; déjame mirar al humano y no al argumento. Pero estamos más pendientes a los argumentos que a la humanidad, que a la gente.

Después de ahí, le siguieron cuestionando, hasta que el hombre dijo: Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo. Cuando te hablen mal del Evangelio, de tu iglesia, de tu pastor, de estos mensajes, tú lo que tienes que decir es: No sé, lo único que te puedo decir es que, desde que estoy allí, vivo feliz, entiendo cosas que antes no entendía. ¡Deja de pelear con la gente! Jesús no peleaba argumentos, él cambiaba humanos; y para cambiar humanos, lo primero que hay que hacer es que vean. Pero tú no puedes llevarles a ver, simplemente con argumentos. Requiere una convicción del interior por el Espíritu de Dios.

Todos necesitamos despertar no sea que pienses que todo está bien pero haya algo que a Dios no le agrade y no te hayas dado cuenta. Hay pequeñas cosas que nos permitimos y sin darnos cuenta nos llevan de una a la otra por el camino incorrecto. Triste sería tener que darte contra la pared para entonces descubrir que algo está mal. Hace falta que Dios te ilumine, que pienses lo correcto. Solo Dios te puede iluminar.

(Ps. Otoniel Font).

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