Acompaña al Creyente en su nueva vida...
En Mateo 4, Jesús comienza a hablar, dándole continuación al mensaje de Juan el Bautista, que era: arrepentíos porque el reino de los cielos se acerca. Cuando llega Jesús, lo bautiza y dice que es el Mesías, y básicamente Jesús toma el batón y comienza a predicar el mismo mensaje: arrepentíos. Y de repente se encuentra con miles que le seguían hasta las faldas de aquel monte; personas que ya habían decidido arrepentirse, y ahora él decide comenzar a enseñarles cuál es la vida que deben vivir.
Tú le puedes predicar a la gente que se arrepientan y que dejen la vieja vida, pero el mensaje se queda a la mitad, si no les enseñas a vivir la nueva vida en Cristo. Por supuesto, si tienes una persona como el ladrón que estaba al lado de Jesucristo, lo único que puedes decirle es: hoy estarás conmigo en el paraíso porque de esa cruz ninguno se iba a bajar; pero al que no está allí, hay que enseñarle a vivir. Hay quien no entiende esa función dentro de la iglesia. La iglesia tiene que predicarle a la gente que se arrepienta, pero a aquellos que ya han tomado esa decisión, hay que enseñarles a vivir la vida como creyentes porque no es tan solo dejar la vieja vida, sino ser partícipes de la nueva vida en Cristo.
Y eso es lo que el Señor comienza a hacer, comienza a madurar al creyente a una dimensión mucho más grande e importante que la que se había enseñado en el pasado. Jamás las bienaventuranzas se igualan al mensaje de la ley, el de los rabinos; era otra dimensión, otro nivel de vida más alto que requería más del creyente.
Nunca creas que el mensaje de Jesús era fácil. No hay tal cosa. El yugo es fácil y ligera es su carga, pero el mensaje es más difícil. En el Antiguo Testamento, adulterabas cuando tenías la consumación del acto físico, pero Jesús dijo que el que piensa en acostarse con la mujer de otro, ya con el pensamiento ha adulterado. Así que, no es tan fácil. Jesús dice que al que te dé la mejilla, le pongas la otra, que el que te pida que camines una milla, le acompañes dos.
“13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. 14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Mateo 5:13-16
Cuando habla de que somos la luz, podemos ver más claro el hecho de que Jesús está mostrando que el vivir bajo las bienaventuranzas o bajo la naturaleza divina, eso es lo que te hace a ti. Cuando un creyente comienza a vivir bajo las bienaventuranzas, comienza a desarrollar ese carácter, automáticamente -no es una opción – te conviertes en la sal de la tierra y en la luz del mundo. La luz que se enciende es la de las bienaventuranzas, la luz de una representación de la naturaleza de Dios aquí en la Tierra.
La penúltima bienaventuranza es la que dice que seremos llamados hijos de Dios; en otras palabras, vas poco a poco creciendo y creciendo, hasta el punto que el mundo reconoce que tú eres un hijo de Dios. Luego, te advierte que eres un hijo de Dios, pero no todo es peaches & cream. En otras palabras, te van a perseguir. O sea, llegas a ser hijo de Dios porque vienes construyendo una escalera en tu carácter, el mundo va a reconocer la transformación en tu vida, vas a ser un hijo de Dios, y por causa de eso te van a perseguir. Y como hemos visto, cuando eso pasa, tienes que alegrarte porque aquel que te persigue lo que está es doblando tu recompensa. Por eso es que oramos por nuestros enemigos. Ahora bien, lo que el Señor está diciendo es: quiero que sepas que no hay opción: eres la sal de la Tierra, eres la luz del mundo.
No hay tal cosa como hacerte la sal o hacer algo para ser la sal. Luego que tú vives como un hijo de Dios, automáticamente, eres la sal; lo único que puede pasar es que te desales. Llegas a ser sal por tu carácter. Lo único que puede pasar es que te desales. Es como la confianza. No se gana, sino que se pierde. La confianza se tiene que dar, y tú la creces o la destruyes. Pero tienen que darte confianza, o tienes tú que darla. La confianza se da, y la persona demuestra que puede ser confiable a través del tiempo, pero lo que puede pasar es que pierda la confianza. De la misma manera, cuando comienzas a vivir el carácter del cristiano, te llaman hijo de Dios. Cuando te llaman hijo de Dios, la persecución va a llegar, pero por causa de eso eres la sal y la luz de este mundo.
(Ps. Otoniel Font).
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