La Vida Cristiana...


Es posible poseer todo lo que este mundo puede proveer, y estar sin embargo carente de vida en este sentido profundo y divino. El que es «nacido de arriba» tiene también que recibir su provisión de arriba.

«Lloramos, Señor, que nuestra vacilante voluntad Tantas veces invita la astucia del tentador; Debemos confesar que hallamos aún Algunos carnales deseos contra el alma guerreando; Oh quebranta Tú la Cadena, Señor y suéltanos; Tú que tentado fuiste, tentados venos aquí.»

Jesucristo fue tentado en todo según nuestra semejanza, exceptuado el pecado (cf. He. 4:15, Lacueva, Nuevo Testamento Interlineal). La manera en que afrontó al tentador en el desierto nos revela algunos de aquellos principios que se hallan en la raíz de toda vida cristiana, y que también nos enseñan algo de lo que se significa por la «armadura de Dios» (Ef. 6:11).

Observaremos estos dichos de nuestro Señor como sumario de las características de la vida cristiana. Se trata de:

I. Una vida no de este mundo. «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios» (v. 4). «Sólo pan» podría emplearse para designar todo aquello que va a satisfacer los anhelos naturales del hombre.

Es posible poseer todo lo que este mundo puede proveer, y estar sin embargo carente de vida en este sentido profundo y divino. El que es «nacido de arriba» tiene también que recibir su provisión de arriba. Tenemos que distinguir siempre entre alma y espíritu.

Las cosas materiales darán satisfacción a la vida anímica, pero no a la espiritual. Él os dio vida a vosotros, que estabais muertos.

II. Una vida de fe. «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios.» Las palabras de Dios son espíritu y son vida, y así vienen a ser alimento del hombre interior (Jn. 6:63). «Tu dicho me ha vivificado» (Sal. 119:50).

«Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tus palabras fueron para mi un gozo y la alegría de mi corazón» (Jer. 15:16). La palabra de Dios es siempre dulce para el paladar de la fe. Mientras nos alimentamos de la palabra de Dios la misma fe se alimenta, porque la fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios (Ro. 10:17).

III. Una vida de adoración. «Al Señor tu Dios adorarás» (v. 7). Ésta fue la respuesta de nuestro Señor al diablo cuando éste le ofreció a Él «todos los reinos de la tierra habitada» con la condición de que le adorara. La gloria de este mundo que rechaza a Cristo es solo un espejismo del diablo.

Todo quien le adore puede fácilmente obtener su promesa. La gloria de este mundo se desvanece. Todo aquel o aquello que obtenga la adoración de nuestros corazones es por ello mismo coronado como Señor de todo lo que somos. «No tendrás dioses ajenos delante de Mí.»

IV. Una vida de servicio. «Solo a Él servirás» (v. 8). «Uno solo es vuestro Maestro, el Cristo» (Mt. 23:8). La voluntad de Dios debería reinar suprema en la vida de cada cristiano. «Me llamáis Maestro y Señor, y hacéis bien, porque lo soy.» Él no puede tomar otro puesto que el de ser «Cabeza sobre todas las cosas».

En nuestro caminar y llamamiento diario, ¿estamos conscientes de que le servimos a Él solamente? Hacer todo como para Él elevará la tarea más monótona a una obra tan santa que los ángeles podrían codiciarla. Ésta es la cura para un espíritu murmurador, y un remedio infalible para el tan extendido pecado del descontento.

V. Una vida de humilde obediencia. «No tentarás al Señor tu Dios» (v. 12). El Señor acusó a su pueblo en el desierto de haberle tentado «diez veces» porque «no han oído mi voz» (Nm. 14:22).

Nuestra incredulidad y desobediencia tientan duramente la amante bondad de nuestro Dios. ¿Qué podría poner a más dura prueba al corazón de una madre que la duda acerca de su amor? ¿Cómo se sentiría un fiel esposo si su mujer lo tratara como un extraño indigno de confianza?

Dejemos de tentar al Señor nuestro Dios dando oído a otras voces y caminando a la luz de nuestros propios ojos. ¿Acaso no ha afirmado Él: «Éste es mi hijo amado, en quien tengo contentamiento»? «A Él oíd». No tentarás al Señor tu Dios con tu descontento, con tus dudas, ni con tu incredulidad.

VI. Una vida de victoria. «El diablo… se alejó de Él» (v. 13). La victoria fue ganada con la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios: «Escrito está». La palabra de Dios es la espada del Espíritu, no solo porque la emplea Él, sino porque Él es su Autor. «Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21).

Jesús empleó denodadamente la Palabra escrita contra el archi enemigo de las almas. Podemos con la misma confianza emplearla contra sus modernos mensajeros. «En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó» (Ro. 8:37). «Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co. 15:57).


Si aún no recibiste a Jesús como tu Señor y Salvador personal lee y medita esta Oración de fe: "Señor Jesús, te necesito. Gracias por morir en la cruz para pagar por mis pecados. Te pido perdón por mis pecados y te recibo como mi Señor y Salvador. Gracias por darme el regalo de vida eterna. Deseo cambiar y vivir una nueva vida contigo como mi Señor y Salvador. Escribe mi nombre en el libro de la vida y prometo serte fiel y justo . Gracias Jesús. Amén."
Si hiciste esta oración con fe. Felicidades! has recibido a Jesucristo como tu único salvador, recuerda que si lo pediste de corazón Dios hará cambios en tu vida. Dios obra en nuestras vidas Gloria a Él.

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