Compartamos las Bendiciones de Dios...
¿Los creyentes deben ser siempre generosos?
En tiempos de crisis económica, nuestra tendencia natural es ser demasiado cuidadosos con nuestros recursos. Nos enfocamos en nuestras necesidades y las de nuestros familiares, pero casi siempre olvidamos a quienes sufren mucho más que nosotros. A veces nos excusamos diciendo que no disponemos de dinero para ayudar a los demás.
El Señor Jesucristo habló mucho acerca de la importancia de ayudar a los necesitados e hizo hincapié en que eso era más importante que acumular riquezas. Como creyentes no debemos atesorar lo que el Señor nos ha dado sino ser generosos y estar dispuestos a compartirlo (1 Ti 6.17, 18).
El mejor modelo
Una de las preguntas claves para todo creyente en Cristo es: ¿Cómo debemos actuar en tiempos de necesidad? Por una parte, tengamos presente que Dios quiere que seamos instrumentos de bendición para los demás y, en particular, para los necesitados. Por otra, recordemos el ejemplo del mismo Cristo no solo al decir a sus discípulos: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22.27), sino que ya había dicho: “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20.28).
No se limitó a decir y a enseñar, sino que dio el ejemplo haciendo lo que sus dichos y enseñanzas implicaban, respaldándolos con su buena disposición de atender a las necesidades que surgían.
¿Cómo debemos servir a los demás?
El Señor ha sido muy generoso con nosotros, lo que nos hace estar muy agradecidos por sus bondades y nos impulsa a estar dispuestos a tender la mano a quienes nos rodean y a esforzarnos por brindarles el auxilio necesario conforme a la medida de nuestras fuerzas y bajo la dirección de su Espíritu Santo. Para esto, tengamos presente que Él mismo nos ha puesto el ejemplo, pues:Nos salvó y nos ha enviado a ir “por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura” (Mr 16.15), pues donde sea que vivamos somos responsables de compartir el evangelio para dar a muchos la oportunidad de aceptar la salvación que Cristo vino a comprar en la cruz del Calvario al precio de su propia sangre.
- Nos ama, razón por la cual nosotros debemos mantenernos fervientes en amor genuino los unos por los otros (1 P 4.8). Este lo expresamos no solo con palabras sino con hechos concretos que demuestran el amor que Dios tiene por toda la humanidad (Ro 5.8).
- Nos ha perdonado. Este perdón fue efectivo cuando vinimos a Él pidiendo la salvación. A la vez, si pecamos ya siendo salvos, Él está presto a perdonarnos si se lo confesamos, y luego nos limpia de toda maldad (1 Jn 1.9). Por otra parte, ahora nos demanda que si alguien nos ha ofendido, debemos perdonar como Dios también nos perdonó en Cristo (Ef 4.32).
- Suple todas nuestras necesidades materiales. No importa cuán poco tengamos, hay quienes carecen de lo más indispensable y nosotros podemos aliviar sus cargas con nuestra ayuda (1 Ti 6.18).
- Nos enseña la verdad. Aunque nos parezca increíble, hemos aprendido mucho de la Palabra de Dios y tenemos la responsabilidad de enseñar a otros lo que sabemos. El Señor nos ha dado al Espíritu Santo y Él, a su vez, nos capacita para enseñar a otros (Ga 6.6).
- Nos consuela para que podamos consolar a otros. Todos podemos ser consoladores y aunque no sepamos qué hacer, basta con decir a quien sufra: “Estoy orando por ti” o estar dispuesto a escuchar a quien esté experimentando alguna crisis. Es decir, hacer lo que Cristo sigue haciendo por nosotros por medio de su Palabra y de su amor (2 Co 1.3, 4).
- Nos alienta. A veces un apretón de manos, una palmada en el hombro, dar un abrazo, una palabra de agradecimiento o de elogio sincero, toca lo más profundo del corazón de quien esté desmoralizado o confuso ante un problema de difícil solución. Es preciso hacerle saber que gracias al Señor logrará cobrar ánimo para seguir adelante (Ro 15.5)
- Nos acepta. Aceptar a alguien implica recibirle tal como es, pues así nos recibió Cristo: sin merecerlo. Una de las peores emociones es sentirse rechazado. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecado, nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef 2.4, 5), y nos encarga recibirnos unos a otros para su gloria (Ro 15.7).
- Nos amonesta para que nos exhortemos unos a otros, llenos de bondad y de todo entendimiento, a persistir en el camino que Él nos indique, a elegir a las personas con quienes debamos entablar amistad o tomar cualquier otra decisión (Ro 15.14).
- Es paciente con nosotros. De la misma manera nosotros debemos ser pacientes unos con otros, lo cual demanda que nos compenetremos de su situación, de su edad y de muchos otros detalles que quizá les impidan discernir los riesgos que corren. Nuestra paciencia debe ser como Él mismo nos lo indica en Efesios 4.2.
- Es bondadoso con nosotros, por lo cual también nos encarga que seamos benignos y misericordiosos, insistiendo en que nos perdonemos unos a otros (Ef 4.32).
- Nos exhorta a ser obedientes, instándonos a dedicarnos a proceder con amor y buenas obras, es decir, con hechos concretos y no solo con palabras (He 10.24).
- Comparte con nosotros de sus bienes, por lo que nosotros debemos contribuir de lo que ganemos honradamente con quien padece necesidad (Ef 4.28).
REFLEXIÓN:
¿Es usted un dador alegre, o alguien que prefiere recibir? Las personas más felices que conozco comparten generosamente sus posesiones y también se dan a sí mismos. Los dadores alegres pueden vivir convencidos de que tendrán gozo en este mundo y recompensas eternas en el cielo. Oro para que usted comparta con gozo las bendiciones que Dios le ha dado, confiando en que Él proveerá para todas sus necesidades.¿De qué maneras ha servido a otros durante esta semana? ¿Lo ha hecho con gozo y para agradar a Dios? ¿Se sintió bendecido?
¿Acaso conoce a alguien que necesite ser bendecido esta semana? ¿De qué manera puede mostrar el amor de Dios intencionalmente a esa persona?
Piense en ese momento en el que, durante esta semana, ha recibido alguna bendición. ¿Cómo puede compartir esa bendición con alguien más?
(Dr. Charles Stanley).
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