El Gozo en la perdida...

 


Porque tuvieron compasión de los prisioneros y aceptaron con gozo el despojo de sus bienes, sabiendo que tienen para ustedes mismos una mejor y más duradera posesión (Hebreos 10:34).

El autor de Hebreos afirma que los creyentes de descendencia hebrea habían sufrido la pérdida de sus bienes. Sin embargo, resalta que lo hicieron con gozo. Es decir, la sensación que los dominó no fue de tristeza, pesar y amargura cuando perdieron sus posesiones. ¡Estaban llenos de gozo! Pero este no es un gozo sin sentido e irracional. No se gozaron porque perdieron sus posesiones, sino porque su gozo lo producen sus posesiones espirituales en Cristo, y ese gozo perduró incluso cuando perdieron lo terrenal.

Por eso el texto reconoce que ellos «aceptaron con gozo el despojo de sus bienes». Ahora bien, las posesiones terrenales no solo son materiales.

Las posesiones terrenales son las cosas que este mundo valora, incluso las cosas buenas: la seguridad financiera, la buena reputación, un estatus respetable, la aprobación de las personas, el hallar una pareja, el entretenimiento, el descanso, la paz familiar, la libertad, el placer, los privilegios y derechos de vivir en una sociedad libre, la libertad de expresión, la salud, etc. Sin embargo, se pueden convertir en nuestros ídolos, en aquello que más valoramos; lo que nos sacia y define, lo que produce gozo y estabilidad en nosotros.

Ante esta realidad, debemos buscar ser creyentes «desprendidos». Sin ataduras por las cosas que atan a la humanidad; sin obsesiones por aquello por lo que la gente se obsesiona, sin apegos por los bienes de este mundo. Busquemos ser personas «desprendidas» incluso de las cosas buenas de este mundo.

A veces Dios trae aflicción y nos despoja de los bienes de este mundo para que descubramos cuánto los valoramos y cuán apegados estábamos a ellos. Pero hay una segunda razón para la dificultad. Dios ordena y permite ciertas aflicciones para que, en medio de la tristeza por la pérdida, corramos a Cristo y nos refugiemos en Él, y así experimentemos —quizá en nuevas medidas— cuán precioso y abundante es Cristo.

Dios nos despoja de esos bienes, en Su sabiduría y misericordia, para que descubramos Su suficiencia. Dios nos priva de las posesiones terrenales para que nos demos cuenta y experimentemos que Cristo es mayor que todas ellas.

¡Bendito sea nuestro Señor por Su suficiencia infinita en medio de nuestras pérdidas terrenales!

(Gerson Morey).

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