El Seguir a Cristo...



¿Es usted un seguidor de Cristo? 

Al hacer esa pregunta, la gente suele dar una amplia variedad de respuestas.

Puede que piensen que es sinónimo de creer en Dios, asistir al templo, participar de la Santa Cena, ofrendar para buenas causas, orar en momentos de necesidad, comportarse bien o ser religioso. Pero ninguna de estas opciones responde a la pregunta, ni tampoco demuestra que alguien sea seguidor de Cristo. Participar de ciertas actividades religiosas no implica seguir al Señor. Aunque tales actividades las practican los cristianos, no todos los que participan en ellas son creyentes en Cristo. Para determinar si alguien sigue de verdad al Señor, debemos valernos de los preceptos bíblicos.

Mientras el Señor Jesús caminaba a la orilla del mar de Galilea llamó a Simón Pedro y a Andrés para que dejarán su ocupación como pescadores y lo siguieron (Mt 4.18, 19). La respuesta que dieron expresa lo que significa seguir expresa lo que significa seguir a Cristo: “Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron” (v. 20). Se trataba de un compromiso que hicieron para toda la vida y no solo una acción religiosa.

¿Qué caracteriza a un seguidor de Jesucristo?

Para que podamos evaluar si en realidad somos seguidores de Cristo, debemos entender cuáles son las verdaderas experiencias de un genuino seguidor.

Nacer de nuevo. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn 3.3). Ese es el primer paso que debemos dar para seguir a Cristo. Tenemos que confesar y arrepentirnos de nuestros pecados, recibir el perdón de Dios por fe, rendir nuestra vida a Cristo como Señor y Salvador, y comenzar a caminar en sus sendas. Ser cristiano es mucho más que tratar de ser mejores, es una vida completamente nueva en el Espíritu.

Orar. “En aquellos días Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios” (Lc 6.12). Si seguimos a Cristo, le dedicaremos tiempo a la oración, así como Él lo hizo. De hecho, será un aspecto importante de nuestra vida y no un clamor ocasional. Para que la oración sea una prioridad para nosotros, tenemos que pasar tiempo a solas con Dios cada día. Comenzar y terminar cada día en oración es una buena manera de asegurarnos de que seguimos las pisadas de Cristo.

Escucharlo. “Mientras Él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: ‘Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd’” (Mt 17.5). A menudo comenzamos la mañana pensando en lo que debemos hacer durante el día. Aunque cumplir con nuestras responsabilidades es vital, más importante es dedicar tiempo para hablar con nuestro Padre celestial, pedirle que nos guíe, proteja y capacite para obedecerle y ser sensibles a las necesidades de aquellos que aún no le conocen. Como el soberano Señor y Maestro de nuestra vida y del universo, Dios nos pide que seamos sumisos y obedientes a su voluntad. Por eso debemos dedicar tiempo para escucharlo, mientras oramos y leemos su Palabra.

Creer en Él. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en Él cree, no se pierda, más tenga vida (Jn 3.16). Así como confiamos en Jesucristo para salvación, también debemos vivir por fe al seguirlo. Si no le creemos, viviremos de manera egocéntrica sin hacer su voluntad, ni andar en sus caminos. Sin embargo, como verdaderos seguidores de Jesucristo le entregaremos nuestras dificultades, dolores, tentaciones y necesidades, con plena confianza en que nos capacitará para hacer lo que nos pida.

Obedecerlo. “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8.12). Seguir a Cristo requiere obediencia y cuando deseamos hacerlo de verdad, reconocemos cuán insensato es seguir nuestro propio camino. El pecado siempre produce pérdida y muerte (Ro 6.23). Si nos negamos tercamente a desobedecer a Dios, enviará tantos problemas como sea necesario para disciplinarnos. Siempre es bueno obedecerlo, pues el Señor es la fuente de toda bendición.

Amarlo. “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr 12.30). No podemos seguir a Cristo con un corazón dividido, mitad con el mundo y mitad con Dios. Tenemos que amarlo con todo nuestro ser. Por tanto, no podemos afirmar que amamos a Dios y, al mismo tiempo, permitir que imágenes, palabras y pensamientos impuros permanezcan en nuestra mente. El amor sincero por Cristo repercute en lo que pensamos, hacemos y vemos.

Compartirlo con otros. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28.19). Esta es una orden de Cristo. Si en verdad deseamos seguirlo, compartiremos la verdad de la Palabra de Dios con los demás, sin importar si les agradamos o no. En un mundo de odio, amargura, rencor y muerte, los seguidores de Jesucristo arriesgan su vida para compartir el mensaje del evangelio. Sin duda, cada uno de nosotros puede decir algo que capte el interés de aquellos que aún no siguen a Cristo.

Servirle. “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn 12.26). Jesucristo vino a servir, y como sus seguidores, eso es lo que debemos hacer también. Todos tenemos la capacidad para servir a Cristo de alguna manera, por medio del servicio a los demás. Podemos servir de muchas maneras: ayudando, cuidando, animando, consolando, dando, enseñando, o compartiendo la Palabra de Dios.

Sufrir por Él. “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él” (Flp 1.29). Si seguimos a Cristo, podemos estar seguros de que sufriremos de alguna manera. Puede que seamos rechazados, que suframos pérdidas materiales, o incluso que otros se alejen de nosotros, pues los hacemos sentir incómodos ya que no imitamos a los que aman al mundo. Sin embargo, esto no debe impedirnos seguir a Cristo y compartir su evangelio.

Aunque pudiéramos sentirnos atraídos a escoger cuál de esas características imitar, todas son esenciales para andar con Cristo y deben convertirse en un aspecto vital de nuestra vida a medida que caminamos con Él.

REFLEXIÓN:

¿Puede en verdad afirmar que sigue al Señor Jesús? ¿Por qué sí, o por qué no?
¿Cuál de esas características es la que le resulta más difícil de aceptar y poner en práctica? ¿Está dispuesto a pedirle a Dios que obre en su vida de tal manera que pueda comprometerse plenamente a seguir a Jesucristo?

(Dr. Charles Stanley).


Si aún no aceptaste a Jesús como tu Señor y Salvador personal, repite y medita en esta Oración de Fe:
"Señor Jesús, te necesito. Gracias por morir en la cruz para pagar por mis pecados. Te pido perdón por mis pecados y te recibo como mi Señor y Salvador. Gracias por darme el regalo de vida eterna. Deseo cambiar y vivir una nueva vida contigo como mi Señor y Salvador. Escribe mi nombre en el libro de la vida y prometo serte fiel y justo. Gracias Jesús. Amén."
Si hiciste esta oración con fe !Felicidades! has recibido a Jesucristo como tu único salvador y recuerda que si lo pediste de corazón, Dios hará cambios en tu vida. Gloria a Él!

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